Sanando los silencios ancestrales... una frase que resuena profundamente en mi corazón y que da inicio a este viaje. En esta primera entrega, quiero compartir con ustedes la interiorización la génesis de esta búsqueda que me ha llevado desde la rutina de mi vida en Bogotá hasta uno de los destino cargados de historia familiar: Ocaña.
Llegué a Bucaramanga el miércoles 20 de noviembre de 2024 a las 10:30 a. m., procedente de mi ciudad, Bogotá. Mi destino final era Ocaña, uno de los lugares clave en esta historia. Aquel día tomé un vuelo de Avianca tras esperar una hora en el Aeropuerto El Dorado, donde desayuné, revisé algunos correos y avancé en uno de mis proyectos como arquitecto independiente. Hablé con mi esposa, quien, como buena representante de la generación Y, conserva junto conmigo la cada vez más extraña costumbre de hablar, y no chatear, a través de un teléfono. Ella me ha acompañado como un ángel en estos últimos años de duras enseñanzas, y fue quien había comprado mi boleto dos días antes.
Al subir al avión, vi con alegría que mi asiento era el de la ventanilla, desde donde pude disfrutar de lo que más me gusta cuando vuelo: la geografía colombiana desde las alturas y sus incontables tonos de verde, a los que tomé fotos que edité mientras analizaba esa mezcla de emoción y melancolía que me han acompañado en los últimos años. Una melancolía que no solo estaba presente desde la partida de mi madre, a quien amaba profundamente, sino también por ese sentimiento indescriptible que comienza a sentirse después de los 40 años, cuando intuyes que el mundo donde vives ahora ha cambiado de forma inexorable y que ese cambio también se refleja en ti y en el pequeño mundo que te rodea, para bien y para mal.
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| Saliendo de Bogotá |
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| Colombia desde el cielo |
Hacia el año 2019, estaba yo frente a mi computador buscando en YouTube un tutorial sobre el manejo de un programa especial de arquitectura bioclimática. Como ya es habitual, una publicidad interrumpió el video; era un anuncio muy emotivo de cómo, por medio de pruebas de ADN, se podían encontrar familiares desconocidos o perdidos en el propio árbol familiar. Sin dudarlo, abrí otra ventana en el navegador, busqué la empresa y compré uno de sus kits para realizarme la prueba. Este kit llegó un mes después y tuve que enviarlo de vuelta a los laboratorios de la empresa en los Estados Unidos.
Esperé dos meses más para conocer mis orígenes étnicos y poder encontrar un "match" con alguien que fuera un familiar mío y que me llevara a mi meta: encontrar a mi abuelo. Los resultados estaban dentro de lo que se considera normal para Colombia: mezcla indígena, europea y africana. Nada raro, pero cuando vi las regiones de Europa que aparecían en mis resultados, con sorpresa detallé un componente que, en mi opinión, nada tenía que ver conmigo y que consideré un error de la prueba: un porcentaje de mi origen era escandinavo (😳???). Lo extraño del resultado no me decía nada aparte de lo que yo consideraba un error, por lo que sentí algo de frustración, olvidé la investigación por un tiempo y me concentré en mis tareas profesionales.
Así divagaba mi mente, inmersa en las brumas del recuerdo, cuando una voz, me trajo de vuelta al presente: "Señores pasajeros... estamos próximos a aterrizar en el aeropuerto Palogrande de la hermosa ciudad de Bucaramanga..." Continuara en la próxima entrega.




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